Lectura Infantil
El Susurro del Bosque Encantado

El Susurro del Bosque Encantado

En un rincón mágico del mundo, había un bosque encantado donde los animales vivían en paz. Los árboles eran altos y frondosos, y al caer el sol, sus hojas emitían un suave brillo dorado. En este bosque vivían tres amigos inseparables: Bruno el oso, Clara la ardilla y Tito el zorro.

Un día, mientras compartían bellotas bajo el viejo roble, escucharon un suave susurro que parecía venir de todas partes. El bosque hablaba, pero sus palabras eran tristes.

—El río está seco, y los árboles tienen sed —susurró el viento—. Si no encuentran una solución, el bosque perderá su magia.

Los tres amigos se miraron preocupados. Nunca antes el bosque había pedido ayuda, y sabían que no podían ignorarlo.


Un problema compartido

Bruno, con su gran fuerza, sugirió buscar rocas para construir un canal que guiara agua al río. Clara, siempre ágil y rápida, pensó en recolectar agua con hojas grandes. Tito, el más astuto, propuso investigar por qué el río se había secado.

Decidieron trabajar juntos, combinando sus ideas. Tito se adelantó para explorar río arriba, Clara trepó a los árboles para buscar rastros de agua desde las alturas, y Bruno comenzó a mover rocas para preparar el canal.


Descubriendo la causa

Tito descubrió que una familia de castores había construido una enorme represa para proteger su hogar, pero esta había bloqueado el flujo del agua. Al llegar, vio a los castores preocupados.

—¿Por qué construyeron una represa tan grande? —preguntó Tito con amabilidad.

—El agua del río nos asustaba porque corría demasiado rápido. Tuvimos miedo de que se llevara nuestra casa —respondió uno de los castores, con ojos tristes.

Tito entendió que no lo habían hecho por egoísmo, sino por necesidad.


Una solución juntos

Tito regresó y explicó a sus amigos lo que había sucedido. Clara tuvo una idea: “¿Y si ayudamos a los castores a construir un refugio más seguro, pero sin bloquear todo el río?”

Bruno se ofreció a mover las rocas para construir un pequeño muro alrededor de la casa de los castores, mientras Clara y Tito trabajaban para redirigir parte del agua hacia el río. Los castores, agradecidos, también ayudaron, aprendiendo cómo podían cuidar el bosque mientras mantenían su hogar protegido.


El bosque vuelve a brillar

Cuando el agua volvió a fluir, el bosque recobró su magia. Las hojas brillaron con más fuerza que nunca, y el viento susurró palabras de gratitud.

—El bosque nos necesita a todos para cuidarlo —dijo Bruno con orgullo—. Cada uno hizo su parte, y juntos logramos algo grande.

Desde ese día, los animales del bosque aprendieron que con empatía, cooperación y comprensión, podían superar cualquier problema.

Y así, el bosque encantado siguió siendo un lugar mágico, gracias a la amistad y al compañerismo de sus habitantes.

Fin.

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